domingo, 31 de marzo de 2024

La promesa que no pude cumplir

   No soy mucho de prometer, prefiero hacer. Secretamente, me guardo la tarea en la memoria y dejo que se quede ahí, estorbando, mientras no la acabe por completar. De momento, me funciona. 

   Así, si por ejemplo, me enseñas una causa que necesita una pequeña donación y yo me decido a colaborar, raro será que te diga que voy a hacerlo. Si puedo, lo haré. Luego quizá te cuente, o quizá no, que ya lo hice. No sé, yo funciono así. Me cuadra mejor. Hacer en vez de decir. Y con muchos de los compromisos que tomo conmigo mismo me pasa exactamente lo mismo. En vez de contarlos por ahí, los adquiero y cumplo con ellos. Sin más, sin perder la fuerza por la boca.

   Hace muchos años, algo más de treinta, me hice una promesa: Mantenerme fiel a una manera que tenía de pensar. Promesa que rompí definitivamente diez años después... Y hasta hoy, veinte años después, sigue rota. Y que ya no creo que sea capaz jamás de retomar.

   Creo que no me hice la promesa por miedo a cambiar de opinión en sí, sino por miedo a abandonar mis principios. Me veía a mí mismo en un futuro hipotético habiendo traicionado aquello que sentía, que yo era. Creo que comprendía la fragilidad de mantenerse firme a un ideal cuando sabía que la vida iba a acabar cambiándome, y creía que si lo hacía, cambiarme, sería por rendición. Y detestaba la idea de que me doblegaran.

 

El Prepirineo baztandarra enfrente, el Pirineo al fondo, Erroilbide a los pies, Gyps fulvus sobre la cabeza.
Tanto no me han cambiado.

 

   Lo que pasó, sin embargo, no lo anticipé. Fue que hubo un principio, otro principio diferente al de la lealtad a un ideal, que se antepuso. Esto es, como cuando Jaime Lannister, con razón, argumentaba que era imposible cumplir con los votos de las Capas Doradas siendo fiel al espíritu mismo de los votos, porque se caería en contradicciones y disonancias que una persona honrada no podría ignorar.

   El principio que se impuso a mi lealtad a mis principios fue el de la honradez intelectual. No pude ignorar voluntariamente las dudas que tuve. Las dudas que fueron minando las ideas que tenía. Y al final, no fue por una convicción que cambié de parecer, sino que fue la consecuencia de un proceso reflexivo lo que hizo que rompiese mi promesa, promesa de mantenerme fiel a una creencia. La promesa que no pude mantener mientras que, finalmente, perdí la fe por el camino.

 


viernes, 8 de marzo de 2024

Algo a lo que aferrarme

Hoy miraba un Populus alba al que le estaban brotando las hojas. Me alegra ver una temporada más que la savia se vuelve a mover. Vivir.

No sé ni por dónde empezar.

Me he acordado del nombre de la Fumaria al ver sus flores. La botánica siempre me sirve de ancla contra los ataques de nihilismo. Me sosiega la manera en que me ata a la realidad y aleja la sensación incómoda de que la mendacidad invade cada esquina de esta forma de vida.

Ojalá fuera otra persona. Estoy desconcertado, me temo que odio esta soledad.

He visto una preciosa Pulmonaria longifolia con sus oportunas flores moradas. Y con sus bonitas pintas blancas en las hojas aterciopeladas, que da placer acariciar.

No tengo a dónde huir. Nada tiene mucho sentido, pero me esfuerzo y sigo intentándolo.

Pensaba en que cada vez creo y pienso menos en la culpa. Un día, espero, será un recurso mental abandonado y extraño por el desuso. Sin embargo, la duda de si hay realmente libertad de elegir aún ocupa los momentos libres para la reflexión que me quedan. También los ocupa la responsabilidad que derivaría de ese libre arbitrio teórico. Porque es que, en la práctica, vivo como si ambos existieran.

Cógeme la mano. Ayúdame, colega.

Me decía a mí mismo que la decepción que estaba sintiendo era a causa de la esperanza. Y la tristeza, a causa de las expectativas. Cosa mía haber tenido esperanza, haberme creado expectativas.

Si yo fuera estúpido o ingenuo, intentando alcanzar la felicidad...

Hoy me hubiera gustado quitarme la espina de aquel día en que me perdí la celebración del aniversario con todos los demás. Aquel día tenía muchas ganas de celebrarlo con la gente, pero se torció. Todo salió fatal. En ese momento, como hoy, me había imaginado a mí mismo pasándomelo bien en compañía y luego no pudo ser, lo mismo que hoy. Me afectó entonces y me ha afectado hoy. Más de lo que me esperaba, joder.

Si la gente no fuera tan imbécil y yo nunca me equivocara, podría encontrar perdón.

Estaba profundamente enfadado, pero sin rabia. La rabia lo hubiera hecho todo más fácil, pero no ha estado ahí para echarme un cable. Ni siquiera tenía el retorcido alivio que proporciona esa ira; el de cegarse y pensar que todo el mundo es odioso y que los demás tienen la culpa de todo lo malo.

 

Pilygala vulgaris. To you, my dear and lonely Judah Brown.


 

 

No puedo ser otra persona. No creo que no tenga remedio, no siento que sea inútil.

El hundirse de la arcilla al pisarla, los pinchos de las zarzas hiriéndote la piel, el viento empujándote y el sol cegador. Las formas de las nubes, no sé, irrepetibles. Lo contrario a no sentir.

No puedo mandarlo todo por ahí. Necesito un poco de valentía para afrontar mi debilidad.

Sentirse incomprendido es difícil. Siempre lo es. Si hoy hubiera tenido que tomar decisiones importantes lo hubiera hecho mal. Es posible, no lo sé. Hoy, mejor, cosas sencillas.

Y con tu amor, sé con todo mi corazón que lo puedo conseguir.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Juglans silicata

Hoy me he encontrando un tarro lleno de nueces. Bueno, esa no es la verdad: Me he encontrando una nuez y la he lavado en un charco. Como me he puesto el pantalón de ir a misa los domingos para el paseo por las pistas, no podía metérmela al bolsillo sin mancharlo permanentemente.
Así que mientras caminaba con mi nuez mojada en la mano iba buscando con la mirada la omnipresente bolsa de plástico tirada por ahí para guardarla en ella. Y de paso, si la encontraba, ir a por más nueces. Entonces es cuando a través de un vallado he visto un tarro de vidrio grande tirado en la hierba. Dentro sólo había unas cúpulas de bellota , un poco de barro y una araña anaranjada a la que amablemente he invitado a salir (poobre). Ya en mi mente se ha formado la escultura imaginaria que era ese tarro lleno de nueces. Por eso, he tenido que ir a visitar más nogales para hacer realidad mi pensamiento en proyecto.

El tarro está lleno, y sin embargo, queda mucho espacio por rellenar. Aficionados a la física atómica will understand.


Cuando fui restaurador de muebles, conocí la nogalina como tinte, el nogal como madera y la raíz de nogal como chapado de curiosas formas ojos y vetas.

Cuando fui aprendiz de restaurador de riberas, mi amigo Josu de Urtzain llamaba nuez al nogal. Es curioso como cuando hablamos un idioma que no dominamos nos da vergüenza. Y si lo pensamos bien, casi todo el mundo aprecia y valora el esfuerzo que hacen otros para hablar el propio idioma. Incluso sus meteduras de pata, su acento exótico y su pronunciación peculiar nos parecen simpáticas.

Cuando fui caminante ocioso de bosques atlánticos  de frondosas, una persona me dijo que las nueces eran buenas para el cerebro porque se le parecen. Como desde hace tantos años, sigo profundamente interesado en desentrañar cómo una persona adulta que vive en una sociedad ilustrada, es decir, donde todo el mundo estamos alfabetizados y tenemos estudios, sigue creyendo en la magia. Además de la aceptación social que tiene la sobrevalorada medicina herbolaria. Con sus famosos: "la hierba X es buena para el órgano Y". Y todo lo aberrantemente simplista que esto resulta, cuando la fisiología y/o patologías de cualquier órgano son tremendamente complejas, variadas y extensas.


Y esto es todo lo que un tarro de nueces que me he encontrado en mi paseo de la tarde me ha traído al recuerdo.

¡Vive Nepal!

domingo, 9 de julio de 2023

Aguante, a pesar de la contradicción. ¡Aguante!

Hoy he oído a unas personas hablar sobre un taller de mecanizado.
Decían que el dueño, un viejo de setenta y pico años, andaba todo el día por ahí. Dando por saco a todo el mundo, al parecer.

También hoy, me ha contado una persona la situación de su cuñado. Tras muchos años en la misma máquina pequeña de electroerosión, ha pasado, a sus cincuenta y muchos, a otro taller, a mover piezas grandes y a rebabarlas. Lo que le asusta y se le hace cuesta arriba, más de lo que quisiera —no podía ser de otro modo, claro—.

Las primeras personas hablaban de ese tipo de talleres en tono divertido, hilarante. La segunda persona, me contaba lo de su familiar como mala suerte.

Ay, los puntos de vista.

Me he acordado de mi paso por esos talleres viejos, sucios, desordenados, mal iluminados, fríos en invierno... Con dueños déspotas llevándolos. Gente con menos conocimientos que yo y que me discutieron y me abroncaron a pesar de no cometer yo errores y hacer bien mi trabajo. Lugares desagradables de ambiente humano triste e inhóspito a los que no quería ir y donde no quería estar, e iba y estaba buena parte del día. Ganando mi sustento.

Me he acordado de los compañeros de cincuenta y pico que tuve durante años y apreciaba, y que quedaron en la calle después de muchos, tantos años como magníficos trabajadores. Que ya no han vuelto a tener estabilidad. Sólo precariedad, con trabajo temporal, promesas incumplidas y soportando al empresariado habitual, ese mayormente compuesto por canallas pagados de sí mismos.


La religiosidad no está reñida con la industrialización


El sistema capitalista salvaje que tritura trabajadores valiosos, responsables y experimentados. Que los excluye, que destroza su salud, que los sustituye antes de tiempo por gente menos responsable, más inexperta, pero que cobra menos y es más fácil mangonear. Estrategias loose-loose, creo que las llaman los estúpidos que cruzan los brazos, sonrientes en sus fotos de perfil, en esa esfera digital donde ser un sociópata (muy orientado y mucho orientado al cliente) es todo un orgullo de eficiencia autocacareada.

Las contradicciones del capitalismo, identifican los estudiosos de esos ciclos económicos. De un sistema enfermo que encadena crisis más agudas cada ocasión para mantener una mentira insostenible.


Aguante, clase obrera. La mía. Los míos.
¡Salud, compañeros!

Me encuentro cómodo en la penumbra

    Me gustan las personas. Soy un bitxo social y, cuanto menos, aprobé el recreo. Me echa para atrás la misantropía fácil que busca la complicidad de estar enfadado con muchas personas, aunque sea cierto que muchas veces son el foco y la causa de nuestros males.

   Este tardocapitalismo neoliberal, o llámalo como quieras, es una sociedad que tiene mucho que mejorar y hace difícil que uno se desarrolle en él plenamente con el coco sano, a no ser que seas un cretino o un sociópata.

   Como me gusta la gente, me gusta la antropología, la neurociencia, la filosofía, la paleoantropología, los documentales de geografía, la psicología... Y muchas más cosas que hablan a fondo sobre nosotros.

   Hay una cita célebre del grandérrimo Edward O. Wilson: “El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso”. Muchos han analizado esta cita antes y mejor que yo, así que aquí queda sólo porque viene muy al caso.

 

Eskerrik asko hain maitagarria izateagatik.

   Siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas. Pero hacen falta ciertas circunstancias especiales para que personas buenas hagan cosas malas.

   Este "axioma" del ateísmo militante, que relaciona esa circunstancia especial con la religión, vale para más cosas. La religión es la que se lleva la palma. Es posible, porque permea a casi toda la humanidad moderna durante toda la historia que conocemos y es un problema mental colectivo dañino como pocos. Pero también vale para todos esos casos donde se puede uno esconder detrás de un grupo mayor o el anonimato. Por ejemplo, la conducción. Casi todo el mundo corre un huevo, se porta super incívicamente, desprecia la integridad física de las personas. Supongo que aquí también hay mucho de masculinidad tóxica que resulta en cochazos grandes y potentes para que los demás no le juzguen a uno poca cosa debido a su falta de ostentación. Que tiene tela. Pasa también en internet, alimentado por la manera en que los mecanismos de las RRSS premian la confrontación... Con las ideologías radicalizadas, tres cuartos de lo mismo.

   Podría parecer que pienso que las personas somos malas aunque hipócritas que nos cohibimos, pero malas en el fondo. Yo realmente pienso que no. Creo que el hecho de que nos desinhibamos en un contexto de anonimato es debido a que nuestra mente no evolucionó en un mundo masificado, globalizado y anónimo. Lo hizo en medio de grupos reducidos y homogéneos de a lo sumo un centenar o dos de personas, donde todo el mundo te conoce y sabe quién eres y de qué pie cojeas y espera (y exige) que arrimes el hombro para salir adelante, como el resto. Esa inhibición está dentro de nosotros y ha venido acompañándonos en nuestro viaje evolutivo, y está hoy día aquí. Sigue aquí. Como todos esos valores morales que nos hacen sentir bien por portarnos bien, sin necesidad de un tiránico sistema de castigos o recompensas externo. Eso me parece un pensamiento alentador.

   Hace no tantas generaciones, la gente se recreaba yendo a ver sádicas ejecuciones humillantes. Recientemente, cuando yo era niño, en la tele salían cantidad de humoristas haciendo chistes de gays y gente con trastornos del habla. Hasta se hacían chistes de la violencia machista y exitosas canciones que la promovían. Hoy hemos madurado un poco más, y estamos a años luz de lo primero, y nos vamos sacudiendo lo segundo. Quizá en unas décadas no esté bien visto tener el coche más contaminante que te puedas permitir y que te comportes en él como un psicópata. Biológicamente, seremos idénticos a los que hace decenas de miles de años huían a la cuenca mediterránea de los estragos del último máximo glacial, pero la cultura nos hace diferentes a ellos en cierto modo. Nuevos. Quizá, con suerte y algún día, mejores.




domingo, 2 de julio de 2023

El divino extraterrestre decrecentista

   Esto va hoy de cosas mundanas. Nuestra cotidianidad. En el día mundial del ovni.

   ¿Nos aburriríamos de ver colgada del aire una nave nodriza después de un par de meses? ¿Y qué íbamos a hacer si no? En las pelis no le suelen dar mucha importancia, pero las personas tenemos que hacer caso de nuestra fisiología. Nave nodriza suspendida en el cielo sobre cada capital del mundo o no, hay que comer y quedar a echar un café con nuestra hermana.

   Unos dicen que podemos elegir hacer lo que nos dé la gana. Les retaría a estarse quietos unas cuantas horas a ver cuándo les tarda en decir el cuerpo basta, y se dan cuenta de lo pronto que se acaba el libre albedrío.

   Hoy he estado viendo un vídeo de temas medioambientales que me ha hecho pensar en el margen que aún tenemos para crecer económicamente sin acaparar más recursos finitos. En lo que nos queda todavía para espabilar en la manipulación del átomo, y en consecuencia, dominar la materia y la energía. Si un día llega. Auskalo. Después de eso, ninguna revolución tecnológica previa tendría derecho a llamarse así, de la insignificancia a la que quedaría relegada.

 

 



   En las pelis, civilizaciones avanzadísimas de extraterrestres suelen venir a dar por saco a la Tierra. ¿Para qué? Unos seres con capacidad para viajar por el espacio interestelar no necesitan nada de nosotros. Ni comida, ni esclavizarnos ni nada de nada que les podamos proporcionar y que no puedan obtener sin esfuerzo por su cuenta. Es absurdo. Como mucho vendrían a experimentar, a aprender, por curiosidad. Abduciéndonos y luego con sondas anales no creo, porque difícilmente nos verán especiales, no muy diferentes a cualquier otro bicho.  Lo de no necesitar nada de nosotros en particular se puede extender a las máquinas cuando se rebelen o a tantos dioses como hemos inventado. ¿Para qué quiere un ser superior omnipotente que yo le adore o trabaje para él? ¿Por qué iba a molestarse si yo vivo como si no existiera? Debo de ser infinitesimalmente insignificante a su parecer. ¿Qué le importo? ¿Qué le importa nada?

   En las pelis siempre acabamos hablando con los extraterrestres. Me hace gracia, porque compartimos una historia evolutiva reciente y un genoma casi idéntico con numerosas especies animales del planeta y no nos podemos intercomunicar con ellas, incluso a pesar de que hasta ellas nos interpelan, como muchas veces hacen. Es también gracioso pensar que a la vista de un extraterrestre, un humano y un atún serían casi el mismo bicho. ¡Pero si no podemos ni entender textos o símbolos de humanos de nuestra misma especie una vez hemos perdido el diccionario para traducir! ¿Cómo íbamos a poder charlar con extraterrestres que presumiblemente nos dejan a la altura de la suela de los zapatos en lo intelectual? Seremos tan listos para ellos como las moscas para nosotros.

 

   Los dioses, la rebelión de las máquinas, las invasiones extraterrestres... son pura introspección. Entiendo, finalmente, que toda esa literatura va sobre nosotros mismos, que nos gustamos más de lo que queremos reconocer.

viernes, 30 de junio de 2023

La medida de nada

    Ayer recogí un azucarillo del suelo delante de la entrada del sitio donde estoy alojado en vacaciones. Delante de mi mujer, el dueño del alojamiento y dos clientes más que nos seguían.

  Luego, en la habitación, mi mujer me preguntó que para qué había recogido ese azucarillo. Le respondí que para dejarlo con el resto, en su sitio. "¿Del suelo?", fue su lógica pregunta al respecto.

   Aclaración: me enferma el despilfarro porque lo veo como un atentado al medio ambiente. Soy muy purista para eso, con toda mi eco-ansiedad a cuestas, así que me parece mal tirar a la basura cualquier cosa en perfecto estado. Algo que se pueda usar.

   Lo que sí le contesté, luego ya de coña, es que: "Claro, soy un eco-ansias; estáis aquí todos para sufrirme". Y ella, que me quiere bien, me dijo algo así como que ojalá todo el mundo fuera como yo, dando a entender que a mí no se me sufre.

 

 

   No lo creo. Hace no demasiado tiempo que me he pegado con mis sesgos cognitivos más profundamente arraigados para ligeramente tratar deshacerme de ése en particular. Tratar, sí, porque sé que poco más se puede hacer, los sesgos son inevitables. A pesar de que, como todo hijo de vecino, pienso que tengo razón en lo que pienso, ya no creo que un mundo lleno de personas que pensaran igual que yo fuese un mundo ideal.

   A ver. Un poco de introspección etiquetadora: Soy pacifista y ecologista. Soy de izquierdas porque creo en la igualdad y en la justicia social y porque creo que la riqueza la crean los trabajadores. Y por muchas razones más. Pero desde luego, no soy de izquierdas por tribalismo, sino que me lo tengo bien bien razonado. Soy feminista e internacionalista. Antirracista y antifascista. Posiblemente anarquista y/o anarco-sindicalista y comunista libertario en lo económico. Posiblemente, digo, sólo porque etiquetarme es muy difícil. Si me conocieras en profundidad ya sabrías por qué. También soy ateo militante porque creo que la religión o las creencias en movidas sobrenaturales son malas para la humanidad y por tanto, por el bien de todo el mundo, deberíamos combatirlas. Y soy muchas cosas más que me enorgullece ser. Qué conveniente ^^.

   Lo máximo a lo que llego a aventurar como deseo inocente sobre qué habría que hacer en el mundo es que pienso que nos falta una segunda ilustración. Retomar las cosas buenas que surgieron en la primera y añadir otras nuevas más. Volver al humanismo como el hecho de poner a las personas en el centro. Ahora que sabemos, no es que lo hipoteticemos, sino que objetivamente sabemos que: somos animales codependientes de nuestro entorno natural, que no existen las razas, que no hay superioridad humana posible basada en caracteres que no podamos cambiar de nosotros mismos. Ahora que el conocimiento científico más fiable y objetivo, el menos propenso a ser un autoengaño, nos ha demostrado con una cantidad de pruebas abrumadora que debemos dejar de ser tan imbéciles entre nosotros y con el medio ambiente. Es ahora cuando deberíamos tomar este conocimiento y utilizarlo para volver a poner a los humanos en el centro. Creo que un buen entendimiento del término antropocentrismo no debería ser peyorativo, porque habríamos comprendido al fin nuestro frágil, efímero y absolutamente dependiente lugar en el ecosistema global. Y, también te digo otra cosa; a la mierda el primitivismo. Lo que toca es avanzar. Los avances sociales van de mano de los avances científicos. La capacidad de llegar a esa conclusión está al alcance de cualquiera con una poca de afición por comprender la historia. Que vuelva a la Arcadia a sufrir varicela su putero padre.


Cephalanthera rubra. A veces el cuerpo también me pide una yihad medioambiental.


No quiero arrogarme la superioridad moral de andar juzgando demasiado de más a los demás. Digo de más porque si no juzgase desde una posición moral a mis semejantes no sería persona. Pero puedo comprender mis limitaciones y tratar de no ser ni muy duro ni demasiado categórico en mis juicios. Y porque pienso que, a pesar de todo, yo no soy ejemplo de nada.

   Dudo de si un mundo lleno de gente como yo sería finalmente un mundo próspero en el mejor sentido de la palabra. No lo sé. Al final, la ideología de uno (creo) es en parte el resultado de imaginar que un mundo más deseable es aquel en el que mayormente abundasen los afines al pensamiento propio. Si no, de poco serviría tener ideología. Total, para aplicártela exclusivamente a ti mismo, no sería ideología, sería otra cosa.

 

   A veces dudo demasiado. Nunca estoy suficientemente contento con la mayoría de mis ideas. Quitando algunos pilares firmes, como el respeto a los derechos humanos y algún rasgo moral propio nacido de mi más sincera empatía, por lo demás me lo cuestiono todo. Y lo que mejor me suena, más me lo cuestiono aún, por sospechoso. Agota un poco, pero dinamiza el "sembrao".